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viernes, 16 de diciembre de 2016

VICTORIA JESÚS


Pará, se llama Victoria Jesús, ¡Alguien quiere por favor pensar en ese nombre! Mi vieja se llamaba Gloria Argentina. Fue la única de siete hermanos italianos nacida en este país y vivió sus ochenta y tres años bajo la condición de tener que honrarlo desde la forma en la que era conocida: Gloria. Y Argentina. Debe haber sido un embole. Igual, cada uno hace lo que puede con lo que le tocó llamarse. Y a Victoria Jesús le tocó llamarse Victoria Jesús: era hacer algo con eso o morir de anorexia a los diecisiete. Fue la chica fea del colegio, la impopular del Juan Ramón Jiménez, Lanús Oeste. Y un día se transformó no en la vedette de un país sino en la vedette de una época, porque si Nélida Roca hubiera doblado un taco bajando las escaleras del Maipo, bueno, ahí mismo hubiera terminado su carrera. Victoria Jesús Xipolitakis lo dobló durante una función de temporada y sin embargo eso significó su consolidación como vedette. En el medio tenés cincuenta años de consumos populares argentinos desplazándose inexplicablemente. Sube videos, Victoria Jesús, donde te muestra cómo se coloca extensiones, y te deja ver el nudo que ata el pelito falso del pelito real. Va contra los mandatos de la vieja escuela, va contra las leyes de sus mayores y en vez de cuidar con celo la intimidad de su laboratorio te muestra hasta el último dispositivo en el interior del truco. Buscando el reverso drástico de la Lobato, de la hermanas Pons, de las hermanas Rojo, de la Faiad, de Thelma del Río, de Ámbar La Fox, Victoria Jesús se construyó y se sigue construyendo como una vedette de tubo y de luces blancas y replica una lógica del porno: sobreexposición saturada, acá no hay nada que no ver. Así gana su carrera, así hicimos nosotros -las audiencias- que la ganara. Deber ser que Victoria Jesús comprendió mejor que el resto lo que queríamos.
Resulta que estuvo en lo de Susana, Vic. Porque ella es así, intermitente. Para funcionar en la trama de la televisión su personaje necesita períodos de silencio, un apagado periódico, binario: unos y ceros de presencias y ausencias en pantalla según la saciedad de su agenda. Estuvo dos meses callada, seguramente mordiéndose los codos, pero de golpe anteanoche soltó: "quise venir a tu programa como persona". El juguete mediático que conocemos como Victoria Xipolitakis es de naturaleza estridente, un poco chirriante, una uña rasgando el pizarrón, y que no puede estar al palo siempre porque si no se vuelve Ricardo Fort y se muere a los cuarenta y cinco. Vicky va y viene: regula. Un día es la cabina de un avión, otro día es un romance con un cuadro de La Cámpora. Después se guarda. Hay que reconocerle una inteligencia tiempista en esa moderación y cierto ejercicio de la voluntad: el mediático tiene una relación difícil con el silencio.
Ahora volvió. Porque cuando no está es que está tomando carrera.
Susana comandó su living en vivo, buscando el negocio de la declaración y el rebote, como corresponde en esta industria. Y Vicky tropezó tratando de entregar un personaje reformulado, una nueva mujer real. De nuevo, poco porque al final su hit consistió en entregar el diario morbovicioso de su relación con el diputado bonaerense por el Frente Para la Victoria José Ottavis, y Susana revolvió en la basura de esta historia como lo hubiera hecho cualquiera de nosotros. Debe ser por eso que es una estrella, porque nos expresa, nos explica y nos informa lo penosos que podemos ser. Hasta que no vio un lagarto blanco de cocaína bien peinado sobre el relato de Victoria Jesús acerca de las adicciones de Ottavis, Susana no soltó las riendas de la pregunta y la repregunta. Fue su mejor entrevista en mucho tiempo, el domingo Susana entrevistó a los cuchillazos.
Pasé una tardenoche con los dos, el verano pasado. Con Victoria y con José. Fue el once de enero de 2016. Yo buscaba escribir algo sobre la temporada y terminé en un chalet pituco de la calle Santa Fe, barrio Los Troncos, Mar del Plata, que Victoria Xipolitakis y José Ottavis estaban ocupando durante la temporada. Fue un encuentro amistoso, muy cordial de parte de ambos. Era lunes, cerca de las nueve y media, y Victoria no tenía función.
El interior de la casa estaba organizado en desniveles y Fernando Maldonado, prensa de Victoria y leyenda del relacionismo bolichero corte Sunset, lo caminaba nerviosamente. Subía y bajaba Fernando como un grande de la B Nacional. Aquella tarde estaba organizando una acción de prensa que consistía en cuatro patovicas llevando a Vicky sobre una tabla de surf y entrándola al mar. Ella iría vestida de sirenita y sería soltada entre las olas, declarándose así -y bajo ninguna otra autoridad que la de sí misma- Reina del Mar. Yo estaba con chicos y Victoria sirvió helado de frutilla a la vez que unos cortes de jamón crudo, lo que me pareció una formidable declaración de principios. El cruce d ellos alimentos tiraba error, pero el error es herramienta de trabajo. Desde donde yo estaba sentado podía ver a Ottavis de pie frente al ancho de la parrilla sobre la que crujían unas provoletas. Victoria me hablaba de lo que le gusta ver dibujitos de Mickey Mouse.
Ottavis iba y venía de la parrilla, participaba de pedazos de la charla. La primera vez derivó en el voto macrista blando, se preguntaba Ottavis si ya podía detectarse un voto arrepentido. Se fue sin contestarse. Cuando volvió, se quejó un poco de sus compañeros de militancia, percibía la desaprobación. En un momento me miró fijo, tranquilo, y soltó:
-Acá no te podés enamorar.
En un momento llegó desde la calle Stefania Xipolitakis. No traía buena cara. Stefanía fue una de las dos cabezas de aquél monstruo del embrutecimiento en vivo que eran las hermanitas en pantalla, al comienzo, cuando todavía eran una, las griegas, las mellizas Xipolitakis, trabajando de a dos para darle forma a una criatura con larga tradición en la comedia popular: el idiota, el exaltador de la torpeza. Era ir a los programas y hacer de boludas, y que eso significara un negocio, algún tipo de renta, simbólica o material, y ver a dónde las llevaría el chiste de preguntar si Imagine no era una canción de Lerner. Bueno, las llevó bastante lejos siempre dentro del mercado de pulgas de la televisión abierta. En cierta escala, puede decirse que han triunfado. Lo que no puede decirse es que lo hayan hecho juntas. Digamos que Stefi se bajó. No le dio para vivir de peleas en móviles ratones que terminan en un PNT de Frolitas. Estaba de calzas, Stefi. Buzo a la cintura y zapatillas running. Dijo algo de que le había subido la fiebre y se perdió en los altos de la casa. La noche no se extendió demasiado. Unas semanas después, los dos serían tapa de Noticias, Victoria con musculosa mojada y sello de La Cámpóra, José en el fondo del cuadro y dentro de una pileta. Después se separaron. Victoria remató el asunto con una golosina mediática cuando tuiteó #FinDeLasMentiTas. Seguramente fue un error.
Ahora ya no son los fabulosos Xipolittavis y Victoria le abre de nuevo al grifo a su muñeca pública. Narra con pasión escatológica el trip merkero de su historia de amor y dice, le dice a Susana, que ya no puede sostener mentiras, que ya no puede sostener un maquillaje. En una pantalla con picos de 22 puntos (dos millones de personas mirándolas) ninguna de las dos pueden con la pronunciación de la palabra cocaína, con ese nombre. La bordean, la amagan, pero no les da para nombrarla. Como si nombrarla fuera tomar. La que llega más cerca es Susana, que dice "tututi" mientras se toca la nariz. Es el filo que tienen algunas palabras, la forma de lacerar el oído cuando son dichas en voz alta. Victoria dice que José tenía "compañeros de narices". Y después deja caer una línea imperfectísima y hermosa: "todos los días estaba cinco días sin dormir". Yo quisiera escribir así.
Como Ricardo Fort, Victoria tiene el cuerpo explotado. Alcanza con tenerla sentada al lado para poder verlo, las tetas venciendo el escote de la remerita, guarangamente, dos proclamas listas para conquistar el mundo. Son cuerpos que se obstinan en la desproporción, el cuerpo de Victoria, el cuerpo de Ricardo, estallados cuerpos, y enardecidos, producidos en los talleres de la medicina estética y el gimnasio obsesivo compulsivo, luego traficados por la expansión televisiva y su formidable capacidad de distribución. El cuerpo de Ricardo, el cuerpo de Victoria, el desborde, el deslímite, la hipérbole, la euforia, el cuerpo a los gritos, industrial, un poscuerpo, una escritura en pantalla de lo que el cuerpo, lanzado hacia su propia carrera de insatisfacción, puede ser.
O dejar de ser.
Le resultó algo desconcertante cuando le dije, aquella noche en Mar del Plata, que había algo de la formulación mediática de Fort que continuaba en ella, que un poco ella, redundándolo, lo heredaba. No le gustó escucharlo. Le expliqué que no los comparaba, sólo les reconocía atributos comunes. Siguió sin gustarle. Así que mejor ahblamos de lo feliz que estaba, de lo feliz que era, con ese novio tranquilo que hacía provoletas allá afuera.
Del error que es un error y se condena al error que es un acierto y se festeja, ése es el viaje de la parodia. Decir bowling queriendo decir bullyng, por ejemplo, no es un error sino una apuesta por el error, es poner al error a trabajar en tu superavit. Para eso tenés que conocer el error por dentro, haberte sentido un error, y entonces sí convertilo en tu mejor truco. "Yo era fea" me dijo una vez en un camarín. La carrera de Victoria Xipolitakis consistió en hallar la forma de convertir a esa fea, a ese error, en una vedette, en un acierto. En erotizar el error, en volverlo un artículo deseable. Consistió en acertar produciendo los errores correctos y en ensayar mucho el error para que salga perfecto, sin errores. Se formateó buscando que su novio diera como Danny De Vitto frente a su impronta Schwarzenegger y así de asimétrica anunció boda sobre la red carpet de un estreno cuyo título era Me casé con un boludo. Bueno, eso fue una arquitectura genial de errores superpuestos y en sinergia trabajando juntos para producir el acierto de resonarla, de llevarnos los ojos hasta ella, Vicky Mistake. Sobre este procedimiento está apoyada, bastante exclusivamente, lo que podríamos llamar su carrera.
El relato paródico crece y se impone cuando logra decir algo más de lo que le exige su naturaleza. El Quijote es una parodia de la literatura de su tiempo. Los Simpsons son una parodia de la vida en las democracias occidentales. Peter Capussoto es una parodia del rock y sus adolescencias. Vicky Xipolitakis es una parodia de las grandes vedettes. Ahora bien, las buenas parodias son obras que dependen de sí mismas, en algunos casos superadoras de aquello que parodian. El Quijote reinventó una Lengua. Los Simpsons reinventaron el relato televisivo. Peter Capussoto es simplemente genial. Y Victoria Xipolitakis reinventó a la vedette argentina. Es cierto, en clave paródica, es un chiste de concheros, pero tal vez es era la única forma que había de hacerlo y Vicky fue y lo hizo. Es la parodia al cuadrado ese extraño cosquilleo de desorientación que sentís cuando ves a Fátima Florez parodiando a Vicky Xipolitakis que ya viene de parodiarse a sí misma.
Al final lo consiguió, Victoria. Su presencia en el piso de Susana comprueba una forma que tenemos de consumirla: ella en el centro de una pantalla y entregándonos el vómito de su intimidad itinerante, bancándose perfectamente todos los pedidos de morbo y más morbo que la platea que somos se acostumbró a hacerle. Apareció caminando desde el fondo del cuadro con un vestido que eera un alarde y el lente de la cámara abriéndose para que el piso diera como un océano y ella como su única navegante. "Quise sacarme un personaje de encima", dijo mientras lo consolidaba.
Es fea. Es hermosa. No es ninguna de las dos cosas. Es despampanante. Es boba. Es bruta. Es brutal. Es más piola que todos nosotros juntos. Es fresca. Es prefabricada. Es de mentira. Es de verdad. Es una estrella del porno apto para toda la familia. Es una nena que le llora en el micrófono a Marcelo porque se le cayó la peluca en medio de la coreo y ahora no la van a querer más.
-¿Quién no te va a querer más?
-No sé. Bu. Ustedes. Bu. Ahora no me van a querer más.
De todas formas, su obra de ingeniería mediática más lograda fue haberse conjugado con el relato destemplado del último kirchnerismo, haberlo cruzado y devorárselo antes de ser devorada por él. Un chica ruidosa en estado de espasmo mediático permanente vinculada a una fuerza política en estado de espasmo mediático permanente. Cada uno estalla a su manera pero ninguno de los dos deja nunca de estallar, fieles a su naturaleza, que es la del estallido. Jamás sabremos si fue una especulación o de verdad vio algo en el tipo que aquella noche asaba cosas en el jardín. Me fui de ese chalet con la sensación de que algo, en esa pareja, era cierto. No diría que un amor porque el amor siempre es mucho decir, pero algo había que no estaba hecho exclusivamente de oportunidades comerciales mutuas ni de un acuerdo para ganar la atención de los móviles ni de una apuesta por los contratos de la temporada regular que llegarían buscándolos para reproducirlos. No sé, capaz que un tipo de atracción más o menos genuina. Un cariño. Me pareció.
No pudo evitar, Victoria, que su romance loco se llevara puesta la entrevista. Lo comprendió rápido y entonces, después de dudar si hablaba o no, comenzó a soltar detalles, aunque Ottavis colgado de una ventana amenazando con matarse porque Vicky está por dejarlo tal vez haya sido soltar demasiado. Ese grado de intimidad de un conflicto relatado para todo el mundo por televisión es una savia para productores, un horno para calentar las pantallas, y también es la plastilina que reemplaza la papilla o la materia fecal con la que nos hubiera gustado enchastrarnos las manos durante la primera etapa cognitiva de la niñez. Hace de nena, Victoria Jesús. Y nos vuelve nenes, un poco, a todos, otra vez. Algunas horas antes del programa dos chicos de Ottavis cayeron con una carta que intentaba prohibirle hablar a Vicky pero la producción no les dio cabida, y Xipolitakis no llegó ni a enterarse. El escenario para el desguace emocional, el matadero de pasiones, no sería impugnado. No después de tenerla guardada ese tiempo, aguantándole la ansiedad de declarar hasta que llegara el momento de darle cámara, aire, luz y voz para que Xipolitakis vaya y prenda fuego todo.
Ser como Vicky pero no ser como Vicky, que mejor lo sea ella por todas nosotras. Mejor. Ponerse esas tetas pero mejor no ponerse esas tetas, después cómo salgo a la calle. No. Hiperplatinarse el pelo pero mejor no hiperplatinárselo así, no así, no tanto. Que sólo ella sea ella. Que lo sea por las que sueñan con serlo pero no les da. Que sea la suma animada de las que no se animan. Todas esas mujeres que la miran y quisieran. Vicky viviendo en el deseo aspirante y clasista de las muchedumbres. Hacia el final de su participación en la noche de Susana se hizo el tiempo de presentar su perfil de empresaria y mostrar una especie de nueva dirección. Su producto estrella, hasta ahora, es una bombacha sobre la que se puede escribir, borrar y volver a escribir. La escena de Victoria Xipolitakis regalándole bombachas a Susana Giménez te cierra bien cualquier programa, cualquier texto, lo que haga falta.

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