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viernes, 1 de abril de 2016

¿Quién está detrás de las placas rojas de Crónica?

Conocé a Facundo Pedrini, encargado de darle vida a las particulares placas rojas de Crónica TV.


Si de hacer un quiebre en la forma de comunicar se trata, él es una de las personas que más clara la tiene. Y casi que tenemos un contacto cotidiano con Facundo Pedrini. ¿Quién? Con Facundo Pedrini, el ideólogo de las famosas “placas rojas” de Crónica TV. Un formato que tiene vida, incluso, fuera del popular canal de noticias. Y que ya forma parte de la cultura de los argentinos.
Para empezar, Facundo se autodefine como “un periodista de 27 años que duerme mal, hincha de Racing, graduado de la carrera de Comunicación Social de la Universidad del Salvador, con un posgrado en periodismo político en la Universidad de Zaragoza. Actualmente, coordinador de la transmisión del turno mañana enCrónica TV y, gracias a la generosidad de los redactores del canal, con la posibilidad de bajar a palabras lo que al pueblo lo aqueja, lo preocupa o lo divierte. También colaboro con la revista Crisis”. 
–¿Cómo empezó tu camino en el mundo de las placas rojas? 
–Titular es el arte de perder amigos, escapar de las narraciones convencionales es tomar riesgos y herir susceptibilidades, que muchas veces terminan en costos, pero me resulta imposible no hacerlo. En un mundo en donde la figura del intermediario está todo el tiempo en jaque, porque no nos necesitan tanto, desarrollar un estilo, acunar una impronta y morder la banquina pasan a ser opciones de supervivencia. Las placas hablan por sí mismas hace más de 20 años, no voy a ser el vocero de ningún truco de magia. Mi camino empezó mucho tiempo después. Incluso, ser contemporáneo y patentarlo representaría un acto de torpeza absoluta. Comencé a los 19 años, como generador de caracteres (quien la tipea) y, con el paso del tiempo, tuve el placer de intervenir en varias de las mismas desde su gestación. Unas horas antes de entrar a Crónica, me enteré que mi madre tenía metástasis hepática y que era irreversible. Por aquellos años no quería salvar al mundo, ni con la pluma, ni la capa, ni con mi corazón; solo quería salvarla a ella. Desde ese día escribo para olvidarme de la sala de quimioterapia; casi nunca lo logro. 
–Si no fueras periodista, ¿qué estarías haciendo ahora? 
–Sería un hombre incómodo, pensando como escritor y viviendo como tipógrafo. Con la misma cantidad de café en las pupilas, con una agenda más flaca, con algunos sueños intactos, un par de mandamientos más, horarios normales y algunas horas de sueño extras. Más cortito y más profundo. Pero no hay nada como sentir una noticia; ese es el verdadero sentido del otro. Desde siempre quise ser periodista, tener un departamento en Capital y escribir en Página 12. Logré las primeras dos.  
–¿Cuál fue la peor metida de pata en tu carrera profesional? 
–No soy un profesional de relevancia como para tener aciertos notables o errores imperdonables. Siempre intenté establecer un pacto de lealtad entre lo que juré defender y la necesidad del otro, con diferentes resultados, pero siempre con sentido de la recepción.  
–¿Cualquier cosa puede ser noticiable?
–Me parece que cada medio de comunicación maneja sus propios criterios de noticiabilidad. Entiendo que lo que desarrolla un estilo y deja una huella no es lo que cubrís sino desde qué lugar lo hacés y qué es lo que destacás. Una mancha en la pared con la cara de la virgen, un triciclo olvidado lleno de telarañas, un par de anteojos con el cristal roto. Todo, y al mismo tiempo. 
–¿Qué recursos son indispensables para que la noticia llegue al público que apuntás? 
–La originalidad, encontrarle la vuelta para que lo que se cuenta no sea una prolongación de tu yo, que respete el santuario del pueblo: ese cuadrilátero constituido por ídolos populares, tradiciones, creencias y dolores. 
–¿Qué papel juega el humor en el relato noticioso? ¿Cuál es el límite? 
–No tengo entidad para contestar esa pregunta. Tal vez el humor tenga los mismos límites que la lealtad. Tal vez considerar los bordes de la carcajada sea una manera de entender cuál es la orilla y cuál es la bandera peligrosa. Lo cual abre una discusión mucho más extensa e inacabada sobre el rol de los medios; no me parece justo sentenciarlos únicamente en el andarivel del deber ser.

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